¿Energía limpia?¡La que viene del biogás!

Autor: Luis Bertoia, líder de la Comisión de Forrajes de Maizar, y Martín Fraguío, director ejecutivo de Maizar / Fecha: 25/01/16

El mundo avanza en la sustitución de energías fósiles por renovables. El Acuerdo de París es una nueva obligación de todas las naciones en este sentido. En el concierto de las energías renovables, el biogás avanza en todos los frentes, desde las zonas más ricas de Alemania hasta las más humildes de los países más poblados del mundo, desarrollando su potencial a la medida de las condiciones de cada economía.
El biogás tiene al metano como principal componente combustible y, al igual que en el gas natural, este puede ser separado. El metano aislado del biogás se llama biometano o gas natural renovable.
Para comprender su capacidad, es indispensable analizar las fuentes de energía primaria (gas natural, petróleo, etc.), los residuos agropecuarios y agroindustriales, los cultivos, el agua y las actividades humanas que deciden sobre ellas. En otras palabras, no es solo una fuente de energía renovable más.
El principal compromiso que asumieron los países en la COP 21 en París fue el de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEIs). Las demás energías renovables lo hacen sustituyendo una fuente de energía fósil. El biogás también, pero además retira del ambiente residuos orgánicos emisores de GEIs y disminuye las emisiones a partir de la fertilización orgánica con el subproducto de su generación.
Para que el biogás sea competitivo en costo, debe realizarse a partir de cultivos energéticos. Los más importantes en el mundo son el maíz y el sorgo, aunque hay más de 100 especies que pueden utilizarse, mezcladas con residuos orgánicos de distinto origen. Por lo tanto, la clave de su competitividad está en el costo de producción de la tonelada del material verde (planta entera) de maíz y sorgo, que se conserva con la técnica del “silaje”.
El problema más frecuente en la producción de silaje de maíz se relaciona con las prácticas de manejo. Estas tienen un gran impacto sobre el rendimiento y la calidad del forraje producido, muchas veces de mayor relevancia que las de índole genética, ya que es uno de los cultivos más sensibles al efecto ambiental. El promedio de rendimiento en nuestro país es de 35 toneladas/ha, pero es posible alcanzar valores de 60-70 toneladas/ha sin incrementar proporcionalmente la inversión. Es frecuente encontrar fallas en el manejo del proceso, tanto en el lote como en las etapas posteriores, durante el ensilado o en la extracción. Fallas fácilmente eliminables con medidas simples que no requieren grandes inversiones, sólo presencia y criterio. En Patagonia, bajo riego, se han alcanzado rendimientos de 140 toneladas/h en lotes de productores.
Las decisiones fundamentales que permiten alcanzar rendimientos acordes a una producción altamente rentable comienzan con la elección del híbrido, siguen con la correcta elección del lote y el empleo de una fecha y densidad de siembra acordes a la zona. El control de malezas desde el inicio juega un rol también decisorio. Una vez logrado el cultivo, un adelanto o un atraso en el momento de picado ideal se traducen en fuertes pérdidas, no solamente en la cantidad y capacidad energética del forraje cosechado, sino también en la calidad de la conservación. A esta situación, frecuente en muchas zonas de producción, debemos agregarle la mala confección de los silos, y sobre todo a la gran ineficiencia en la etapa que transcurre desde la apertura del silo hasta su potencial utilización como fuente energética en la producción de biogás.
En el proceso de ensilaje de maíz se han generado una gran cantidad de mitos que deben ser revisados, y que perjudican la obtención de un producto altamente rentable, capaz de reducir el costo de producción en la medida que se tengan en cuenta pautas básicas que comienzan en la elección de la semilla y concluyen cuando el silaje llega a ser transformado.
La Argentina se encuentra ante un nuevo dolor de cabeza energético a partir de las importaciones de gas natural licuado y otros combustibles, que comprometen las reservas del Banco Central, el crecimiento de la economía y el bolsillo de los consumidores. Un millón de hectáreas de cultivos como el maíz o el sorgo podrían sustituir todo el gas natural licuado importado en un año. El total del gasoil y fueloil distribuido por CAMESSA para generación eléctrica también requeriría otro millón de hectáreas de cultivo. En todos los casos, a costos competitivos con las fuentes de energía fósil a las que podría sustituir.
Esta proeza podría realizarse generando miles de nuevos puestos de trabajo, aumentando el ingreso en las comunidades del interior y disminuyendo drásticamente  las emisiones de GEI de la Argentina, para cumplir con el compromiso firmado por el Presidente Mauricio Macri en abril de este año.

¿Mega-gasoductos o múltiples plantas de biogás?

Por estos días, resultó estremecedor ver el contraste entre la multimillonaria obra del Gasoducto del Noroeste abandonada y chicos de esa región recolectando leña para calentarse. Esto es una oportunidad para repensar el abastecimiento energético de las pequeñas localidades del NOA y NEA, a las que llevar el tendido de gas natural fósil resultaría costosísimo.
En Maizar creemos que esas comunidades no pueden quedar para siempre condenadas al gas de garrafa, mucho más caro por metro cúbico. Hay un centenar de cultivos que pueden utilizarse en la producción de biogás, mezclados con residuos hogareños. En una estimación conservadora para esas regiones, por cada hectárea de maíz se pueden producir 5.200 m3 de metano al año, desarrollando plantas de producción adecuadas, competitivas, ambiental y socialmente más sustentables, generadoras de empleo y ocupación territorial en regiones aisladas de las urbes y con una fuente de energía que no disminuye las reservas del Banco Central.