Autor: Ramiro Costa Economista Jefe – Bolsa de Cereales / Fecha: 25/01/14
La historia de las últimas décadas en la actividad agroindustrial argentina son de cambio y transformación, de crecimiento y desarrollo. Es imposible entender el crecimiento cuantitativo que experimentó el sector sin dar cuenta de los importantes cambios cualitativos que transformaron su estructura, su patrón tecnológico y su forma de organización. Surgieron nuevos actores, nuevas tecnologías y formas de comercialización, lo cual generó que la actual agroindustria argentina presente características que la diferencian ya no de lo que era hace treinta años, sino de lo que era hace tan solo una década atrás.
Las formas convencionales de medir el aporte de la agroindustria a la economía de nuestro país se vuelven obsoletas dado el crecimiento en importancia de sectores no estrictamente primarios, como las redes de contratistas, las industrias proveedoras de insumos o la transformación industrial de los granos. La nueva estructura productiva obliga a repensar cuestiones básicas como los límites cada vez más difusos entre que tradicionalmente se entiende como “campo” y aquello que no lo es.
Si miramos el futuro cercano vemos que ya nos encontramos frente a otra oportunidad muy importante de desarrollo de nuevos mercados. Hoy en día el desarrollo continúa y desde el nuevo enfoque que implica la bioeconomía se puede dar respuestas a necesidades socioeconómicas tales como la demanda de energía, alimentos, salud y cuidado del medio ambiente generando, a su vez, trabajo e ingresos en forma sustentable. La cadena de valor del maíz está inmersa en este nuevo impulso y da muestras de su dinamismo para afrontar los cambios de paradigma.
Históricamente, la Argentina subvaloró el desempeño de la agricultura y su aporte a la economía. La medición basada en la venta de las cosechas subestima los encadenamientos hacia atrás y hacia delante de la cadena de valor agroindustrial. Es así como el valor agregado generado por estos encadenamientos son ignorados por las estadísticas públicas como parte del sector que les da origen. ¡Cuántas veces escuchamos que esta actividad económica es un sector de bajo valor agregado!
Para comprender mejor la transformación de las cadenas agroindustriales y su impacto en la economía nacional, la Bolsa de Cereales elaboró un modelo de medición alternativo de cadena de valor del maíz, utilizando una metodología de cálculo dentro de un marco contable consistente con las Cuentas Nacionales.
El modelo económico estudia en detalle la interrelación entre la multiplicidad de nodos que hoy componen la red productiva, pasando desde la producción primaria, la producción y provisión de semillas, fertilizantes, agroquímicos o el servicio de asesoramiento profesional y contratistas, hasta la transformación industrial del grano o los sectores asociados a la logística y comercialización (acopio, transporte, servicios portuarios, etc). El resultado es una potente herramienta que permite simular y medir el impacto económico, nacional y regional, de un amplio y flexible abanico de escenarios.
En el Congreso MAIZAR 2014 se presentaron los resultados para la campaña 2013/14, dando cuenta que el valor agregado de la cadena en su conjunto alcanza casi los US$ 9.000 millones, cifra que supera en US$ 2000 millones el valor obtenido hace tan sólo cuatro años, en la campaña 2009/10. El PBI maicero se reparte en un 27% para el sector primario; otro 27% el Gobierno, a través de los impuestos, y un 46%, la industrialización, desde las ganaderías, las moliendas y la actividad exportadora, entre otros.
La recaudación impositiva que se genera en esta cadena se reparte en un 70% en tributos coparticipables y provinciales, y el restante 30% son derechos de exportación. Esta estructura impositiva, de carácter más federal, se explica en que se trata de una cadena muy desarrollada en términos de eslabones y con un importante peso del consumo interno.
Asimismo, el maicero es el tercer complejo exportador de la Argentina, detrás de la soja y la industria automotriz pero, a diferencia de éste último, la cadena del maíz es un neto generador de divisas, ya que demanda pocas importaciones respecto del total que aporta.
Finalmente, el modelo explicita cuantitativamente como el aumento del área de siembra de maíz resulta en beneficios no sólo para el productor sino para toda la cadena de valor asociada, además de lograr un mejor equilibrio de los esquemas de rotación de cultivos. Otro beneficio adicional resultaría de la utilización más eficiente de los recursos de toda la cadena comercial así como de la infraestructura existente. Por todo ello es que resultan deseable y necesarias medidas que le permitan al cultivo expresar todo su potencial. El mundo demanda más maíz y la Argentina está en condiciones de captar buena parte de esa demanda, sólo necesita que se reduzcan las trabas para lograrlo.