Autor: Aníbal Ivancich / Fecha: 25/01/15
La gran cosecha de maíz y de sorgo lograda a nivel mundial llevó el precio internacional de estos granos a la baja. Al mismo tiempo, a nivel local el maíz recibe un castigo adicional, a través de los derechos de exportación, que contribuye a los bajos precios del mercado interno. A este contexto se agrega un escenario interno con costos de producción crecientes. Vemos grandes dificultades para acceder a las tecnologías, a los insumos y a los servicios a costos equivalentes a los del resto del mundo. Además no hay financiamiento. En el Congreso MAIZAR 2015 realizado recientemente, el economista de la Bolsa de Comercio de Rosario, Julio Calzada, mostró que los fletes en la Argentina son un 84% más caros que en Estados Unidos y un 77% más caros que en Brasil. Por otra parte, también es complejo acceder a los permisos de importación (DJAI) y a las divisas necesarias para pagar dichas importaciones, generándose un costo adicional sobre los insumos indispensables para la producción.
La campaña que está terminando fue sembrada con márgenes negativos pero aún así se está cosechando con rendimientos record históricos por hectárea. El productor y su planteo agronómico lograron, a pesar de los problemas, desarrollar el cultivo de maíz con un elevado nivel de tecnología y profesionalismo. Sin embargo, a pesar de los altos rendimientos obtenidos, los productores no van a recuperar su inversión. Para revertir esta tendencia, la clave está en lograr que las exportaciones de maíz sean abiertas. Esta campaña se cosecharán volúmenes significativos, que se van a adicionar al remanente del año anterior.
Para que esta cadena de valor siga creciendo es indispensable que los sectores del consumo interno sean altamente competitivos y capaces de colocar sus productos, tanto en el mercado interno como en el internacional. Por diversas razones técnicas y econométricas, el precio pagado por las industrias para abastecerse de maíz en Argentina ha sido a lo largo de la historia el más barato del mundo, aun sin ROEs ni retenciones. Sin embargo, a pesar de tener un maíz más costoso, muchos otros países desarrollan industrias de transformación más competitivas que las nuestras.
Ningún país basa la competitividad de sus cadenas de valor en la aplicación de castigos a la producción de materias primas. Por el contrario, la gran mayoría ofrece distintos tipos de subsidios o ayudas para incrementar la oferta o mantenerla estable. Los derechos de exportación deben ser eliminados para todos los productos de la cadena del maíz. Está demostrado que son el impuesto más distorsivo que se puede aplicar a cualquier economía y que tienen como consecuencia la destrucción de la capacidad productiva y por lo tanto la de toda la cadena.
Las industrias necesitan que el área de siembra crezca y les permita obtener la materia prima en forma fluida y con menores costos. En la actualidad, la brecha entre los precios de los insumos y la retribución al productor se acrecienta día a día y hace insostenible no solamente la posibilidad de incorporar zonas marginales y la generación de riqueza y valor agregado en el interior del país sino también la situación de los productores de maíz en zonas más favorecidas.
El mundo pide lo que somos capaces de producir. Pero la captura de estas oportunidades requiere inversiones muy grandes, un desarrollo tecnológico al mismo ritmo y fuertes programas de apertura de mercados externos. Esto se traduciría en mayor generación de empleo genuino y en una menor migración de personas hacia los centros urbanos, producto de la transformación de la producción in situ y el consecuente crecimiento de la demanda de mano de obra local. Es el momento de sentarnos todos a dialogar y pensar el futuro que queremos para nuestros hijos.