Autor: Federico Landgraf, director ejecutivo de Casafe / Fecha: 25/01/16
En las últimas décadas se ha ido modificando la manera en la que circula la información. Tanto es así, que solemos decir que vivimos en la era de la información. Esto no solo es consecuencia de los grandes avances tecnológicos, sino también de circunstancias de índole social y cultural. Aunque aún queda mucho camino por recorrer, la accesibilidad a la información se ha masificado, se han multiplicado los formatos y los soportes en donde ella aparece, así como también la capacidad de cada persona de informar de manera masiva. Gran parte de este advenimiento se debe a internet y a las redes sociales, que ocupan un lugar muy importante en cuanto a la ampliación e incorporación de nuevas voces. Además, estas herramientas suman el valor de la instantaneidad y marcan un ritmo cada vez más acelerado en el intercambio de discursos y temas en agenda.
En este contexto, la ciencia, y con ello el dato científico, va perdiendo terreno. Generalmente, el consumidor se nutre de títulos impactantes y, debido al flujo constante de información de un minuto a otro, ¨lo nuevo¨ ya es viejo, deja de ser noticioso, y surge así la pérdida de interés en indagar y buscar el aval científico. Por esta razón, las discusiones, muchas veces, ya no requieren de un sustento científico., porque no se suele reconocer la necesidad de llegar a ese nivel de argumentación. Es decir, los ciudadanos son interpelados desde otros lugares, sin considerar necesariamente el valor científico, y con ello los beneficios de la ciencia, la innovación y la tecnología.
En este terreno es donde actualmente se construye la confianza pública de la sociedad sobre cualquier tema. La información que circula de manera masiva, la que se podría llamar comunicación del instante, ágil e inmediata, juega un rol fundamental como proveedora de información y conocimiento. Por el otro lado, la sociedad construye su confianza pública, en gran medida, por la información que obtiene. Pero la comunicación y las noticias son siempre un recorte de la realidad donde la sociedad está inmersa. Estos dos polos, sociedad y comunicación, se determinan mutuamente; no podríamos afirmar que uno prevalece por sobre el otro para definir en su totalidad cómo debe ser o cómo debe funcionar. Entonces podríamos preguntarnos, ¿qué espacio le queda a la política en este contexto? La política es quien interpreta a la sociedad y quien, junto a los medios, va marcando la agenda mediática.
En este momento, es importante, y un desafío para todos los ciudadanos, indagar sobre las noticias y siempre volver a las fuentes. Convalidar la información y atreverse a desmitificar. Un ejemplo de ello es la biotecnología, tan cuestionada hace algunos años y hoy defendida por más de 100 Premios Nobel. Tanto la biotecnología como los fitosanitarios aún necesitan mejorar el esfuerzo en comunicar los beneficios directos e indirectos que generan. Cuanto más espacio toman las comunicaciones que interpelan sentimentalmente, más se aleja la objetividad y pierde lugar la ciencia, que es el instrumento neutro de la imparcialidad.
Entonces, ¿cómo acercar la ciencia a la sociedad? La sociedad y la ciencia están mucho más cerca de lo que se cree. El desafío es comunicar de una manera sensible y clara la ciencia para así poder interpelar a toda la sociedad y echar luz en esta relación. En definitiva, es la ciencia que, bien aplicada, nos provee de alimentos, vestimenta, salud, tecnología y combustible sin perjudicar a las personas.