Autor: Aníbal Ivancich - MAIZAR / Fecha: 25/01/17
El año pasado, cuando se realizó el Congreso MAIZAR 2016, formulamos como lema Maíz: Motor del Cambio en vista de que el crecimiento y desarrollo de la cadena de valor del maíz podían hacer una contribución sustantiva al cambio de modelo que proponía el flamante Gobierno.
El nuevo escenario, sin ROEs ni retenciones, generó un gran optimismo entre los productores, que se tradujo en un incremento de 32,4% de la superficie sembrada con el cultivo respecto de la campaña previa, al alcanzar un nivel histórico de 5,1 millones de hectáreas. A diferencia de lo que venía ocurriendo en los últimos años debido al desaliento que sufría la producción agropecuaria, la actual campaña ha sido testigo de grandes inversiones en la aplicación de tecnología. Tan es así que los resultados se ven en el excelente estado que están mostrando los maíces en casi todas las zonas. Este año, además, hay un porcentaje mayor de maíces tempranos. Según datos de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, la combinación de todos estos factores se traduciría en una cosecha, también récord, de 39 millones de toneladas de maíz comercial para la campaña 2016/17.
No obstante, para que esta tendencia consolide un crecimiento sostenido, es indispensable que la demanda para consumo interno crezca y se ganen mercados internacionales, logrando así desarrollar todo nuestro potencial en carnes, lácteos, productos de molienda, bioetanol, biogás y biomateriales. Desde la fundación de MAIZAR siempre se consideró como una prioridad el aliento a los consumos de maíz locales y el desarrollo de industrias transformadoras. Hoy el país exporta un 60% de la producción como grano y solo convierte un 40% en otros productos. Nuestro objetivo es invertir esta ecuación, para llegar a exportar en un futuro próximo un 60% de productos de maíz con mayor valor agregado.
En carnes, la incorporación de nuevas masas de consumidores, especialmente en el Cercano y en el Lejano Oriente, ofrece una gran oportunidad. Según la Mesa de las Carnes, la Argentina podría duplicar su producción de carne bovina en los próximos años, alcanzar 5 millones de toneladas anuales y exportar 2,5 millones de toneladas por un valor de 12.500 millones de dólares. En cuanto a la carne porcina, si bien la producción local sigue creciendo, la balanza comercial aún sigue siendo negativa. La carne aviar encuentra un mercado local con sobreoferta de pollos y huevos y un techo en el consumo interno que la obliga a buscar nuevos mercados externos para colocar sus productos.
El sector lechero atraviesa una de las peores crisis de su historia. La combinación de bajos precios internacionales, caída del consumo interno, problemas de infraestructura, el tipo de cambio retrasado y altos costos e impuestos configuran un escenario particularmente alarmante. En la misma senda está la molienda seca de maíz, que hoy trabaja al 50% de su capacidad instalada. En vista de ello, es fundamental trabajar conjuntamente con el sector público para diseñar políticas sostenibles que vayan resolviendo los problemas que tienen las distintas industrias.
La industrialización de granos de maíz y sorgo con fines energéticos es una de las actividades de mayor crecimiento en el mundo. Los beneficios de la generación de electricidad, biogás y biocombustibles para motores generan un impacto central en las economías regionales, provinciales y nacionales. La industria de bioetanol tiene una potencialidad enorme, cuenta con plantas de las más avanzadas del mundo y un plan de inversiones que apunta a aumentar fuertemente la producción. Y el biogás puede convertirse en una de las principales y más competitivas fuentes de energía primaria de la Argentina, como ya está ocurriendo en otros países. De sus múltiples ventajas, las que hacen a lo ambiental, lo energético y lo social vuelven indiscutible la necesidad de impulsar su desarrollo.
La elaboración de biomateriales es actualmente la industria de mayor sofisticación y tecnología avanzada. Su principal materia prima es el grano de maíz y la innovación es de tal envergadura que todos los países, desde los más desarrollados hasta los que apuntan a industrializarse, vienen abocándose a esta nueva industria que produce materiales plásticos y textiles utilizados, entre otros rubros, en automóviles y electrónica.
En ese contexto, la apertura al mundo ofrece nuevas oportunidades, pero nos obliga a ser más competitivos. Para ello, es indispensable reducir el llamado “costo argentino”. Los costos internos, altos en mano de obra, transporte, financiamiento, combustibles, energía y administrativos, dejan a la Argentina en desventaja frente a otros países de la región. Los elevados impuestos, la evasión impositiva y el retraso del tipo de cambio también dañan la competitividad.
Por otro lado, el desarrollo de tales industrias debe combinarse con un trabajo activo del Gobierno para lograr acuerdos con terceros países que nos permitan ubicar todos esos productos transformados. En este sentido, es clave que los acuerdos comerciales vayan siempre acompañados de los respectivos protocolos sanitarios que nos permitan ingresar a los mejores mercados.
En nuestro país hemos pasado décadas de abandono en la construcción de bienes comunes, sin pensar en el largo plazo. El ejemplo más representativo es el sistema de transporte, que ha llegado a batir el récord mundial de costo entre los países productores de alimentos. Mientras el resto del mundo ha creado sistemas logísticos altamente eficientes, nosotros seguimos transportando más del 80% de nuestra producción en camión, que es el medio más ineficiente. Además pagamos el flete camionero un 130% más caro que los Estados Unidos y un 60% más que en Brasil. Una mejor infraestructura vial y ferroviaria, y una menor cantidad de vehículos en circulación, significan también una menor cantidad de accidentes en las rutas, que se cobran miles de vidas al año. La Argentina debe refundar su sistema ferroviario e integrar a todo el territorio nacional y regional.
En los últimos años la agricultura ha ganado competitividad gracias al mejoramiento genético, las mejores prácticas de manejo y la biotecnología. Por lo tanto, es fundamental seguir desarrollando los conocimientos y las tecnologías necesarias para que el cultivo exprese su máximo potencial. Hoy no se están realizando inversiones en biotecnología por la incertidumbre que existe respecto de la propiedad intelectual.
Es imperioso que el Estado nacional implemente políticas económicas eficaces, que den certeza y competitividad a las distintas producciones. Para ello, el combate a la inflación es un requisito ineludible. También es clave revisar el asfixiante esquema tributario al que está sometida la producción tanto a nivel nacional como al provincial y municipal, y trabajar contra la evasión impositiva, para que todos paguemos por igual.
La clave es comenzar a trabajar en equipo, valorizando los intereses comunes entre el sector público y el privado, para diseñar políticas sustentables que permitan realizar las inversiones necesarias para agregar valor a las producciones locales y promover el desarrollo. Necesitamos construir políticas que lleven a incrementar fuertemente el área sembrada con maíz y sorgo, agregarle valor a la producción primaria y mover a la industria nacional. Tenemos que fortalecer nuestras instituciones, volver a pensar en el largo plazo y continuar con el diálogo y la búsqueda de consensos.