Autor: MAIZAR / Fecha: 03/07/20
Un cuarto de siglo con la biotecnología
La Argentina fue pionera en aprobar la biotecnología, que apenas 13 años después habría adoptado casi la totalidad de los productores. Tres de esos pioneros estuvieron en el panel “25 años de la biotecnología en la Argentina: balance y nuevos desafíos”, del Congreso Maizar 4.0: Juan Kiekebusch, de SAA; Carmen Vicien, de la FAUBA; y María Augusta González, de Aapresid, junto con Andrew Conner, de BIO, moderados por Gabriela Levitus, de ArgenBio.
“La Argentina cumple un cuarto de siglo de uso ininterrumpido de la biotecnología”, dijo Gabriela Levitus, directora ejecutiva de ArgenBio, que se enorgulleció de presentar a protagonistas de esa historia. “Ese camino comenzó con la soja, y en 1998 se sumaron el maíz y el algodón”, recordó.
Como Estados Unidos y Canadá, la Argentina fue pionera en la incorporación de estas tecnologías, y con tasas muy altas de adopción: a los 13 años rondaba casi el 100%, “lo que demuestra que los usuarios estuvieron muy conformes”. Producir más y más sustentablemente fue una historia exitosa por varios factores y motores, dijo Levitus: la industria semillera; las decisiones políticas, favorables y oportunas; el productor argentino, siempre moderno y ávido, y un contexto global que pide más y mejores alimentos sustentables, donde la Argentina es clave por su perfil agroexportador.
Juan Kiekebusch, coordinador de biotecnología de SAA y especialista en maíz, fue clave para la introducción del maíz Bt en Argentina y toda América Latina. “La biotecnología empezó a fines de los ’80 en los breeders; una vez fui a la sede de una empresa y nos llevaron a una sala para mostrarnos la primera planta transgénica. En los ’90 comenzó el trabajo de fitomejoramiento, teníamos claro que podían ser comerciales, se empezaron a incorporar productos y marcadores moleculares”, contó el especialista.
“Se nos complicó traer porque la Argentina no era un mercado muy grande para invertir: las tecnologías estaban siendo generadas para Estados Unidos, los maíces Bt no eran para Diatraea (que era nuestro problema), sino para Ostrinia, pero pensamos que teníamos que traer y probar. Dijeron que podíamos traer la tecnología, pero nos pedían que existiera un marco regulatorio”.
Kiekebusch recordó que se juntó con Rodolfo Rossi, “que tenía el mismo problema para soja”, y fue al INASE. “Después tuvimos que trabajar los procesos y protocolos para implementar, los sistemas de rastreo e identificación eran totalmente nuevos para nosotros, el manejo de calidad y grandes números, era una nueva profesión”, contó.
“No teníamos biólogos moleculares, fisiólogos, economistas, entomólogos, tuvimos que pasar a un equipo multidisciplinario para llevar adelante este desafío de traer, testear y desarrollar comercialmente los eventos Bt en el maíz”, dijo. En el ’91 lograron la primera aprobación de la CONABIA, en Santa Isabel, en el sur de Santa Fe. “La aislación tenía que ser de 300 metros, teníamos 298 y nos hicieron destruir 2”, recuerda.
Para él, “estos saltos tecnológicos se dan cada 20 o 30 años: primero fue la hibridación, 30 o 40 años después la transgénesis, ahora la edición génica”. Para justificar que ingresaran estas tecnologías, tuvieron que asociarse con Brasil. “Un registro cuesta alrededor de 100 millones de dólares; Brasil fue el primero en lograrlo, esto permite una siembra de segunda, los productos Bt han permitido incorporar el maíz en siembra directa con tecnología de avanzada”, sostuvo.
Carmen Vicien, directora del Departamento de Economía, Desarrollo y Planeamiento Agrícola de la FAUBA, contó cómo la Argentina se preparó para la incorporación de la biotecnología. “En 1991 se forma la CONABIA, porque las autoridades tenían conocimiento de empresas que querían hacer ensayos a campo y hacerlo bien”. En este sentido, la experta rechaza la idea de que en la Argentina se tiene visión de corto plazo: “Lo más valioso son los recursos humanos”, dijo. “El sistema nació con una comisión asesora y fue bueno; después, las entidades fueron evolucionado, pero el conjunto de gente que primero conformó la CONABIA era una amalgama sin tradición burocrática y no se sabía cómo iba a funcionar”. Sin embargo, para ella “fue equilibrado y eficiente, había experiencia variada, y se creó algo sin antecedentes burocráticos”.
Vicien aclaró que no fue fácil: “Los sistemas regulatorios muchas veces son como rompecabezas porque los países son distintos en muchos aspectos. Estamos haciendo evaluaciones muy puntuales de algo que después va al mercado mundial”. En esos momentos, no muchos países tenían sistemas regulatorios. Trabajaban a un ritmo que acompañaba los desarrollos, hasta que, “en un momento, Europa entró en una parálisis y ahí notamos que éramos parte del mundo, se trasladó el parate y no fue bueno”.
Por otra parte, dijo que “los sistemas regulatorios regulan innovaciones, que evolucionan; lo bueno del sistema argentino fue la capacidad de evolucionar acompañando el desarrollo de la tecnología”.
Para Vicien, “el sistema regulatorio argentino se estableció temprano y pudo madurar en un momento en que no había tanto conflicto con relación a ese tema. Evolucionó hacia mayor institucionalidad y funcionó bien desde 1991 hasta hoy, se ve en la cantidad de intervenciones a campo confinado y autorizaciones de comercialización”.
“La Argentina tiene un rol en el concierto internacional en el tema bioseguridad en términos regulatorios, y en capacitación de gente en bioseguridad”, aseguró.
María Augusta González, presidenta de la Regional Rosario de Aapresid, fue una pionera en esta historia desde el lado de la producción. “El campo de mi abuelo no rendía como se pensaba al morir él: no se rotaba, no se fertilizaba… En 1993, con mi mamá nos sentamos y encaramos la gestión económica y productiva, con apoyo de Giraudo. Fuimos lote a lote y vimos que con la siembra directa comenzaba a haber resultados”, contó. “La siembra directa fue una gran plataforma para la incorporación de estas tecnologías, sin las cuales hubiera sido inviable. Hubo sinergia”.
Con el progreso del sistema, se fueron viendo las ganancias ambientales. “El problema conceptual es que estos cultivos se tomaron como una solución en sí, y no como una herramienta más. No deberíamos dejar de pensar en paquetes tecnológicos”.
Para Andrew Conner, jefe de Asuntos Internacionales de Biotechnology Innovation Organization (BIO), “tenemos que maximizar nuestras oportunidades de llegar al éxito. La biotecnología tiene un papel importante en casi todos los objetivos del desarrollo (ODS). Si el coronavirus nos ha enseñado algo es que las cadenas de suministro deben ser ágiles, las tarifas pueden eliminarse en las crisis”. Además, dijo que “las barreras no basadas en ciencia no deben volver”.
“Necesitamos que los gobiernos encuentren maneras de confiar en los sistemas regulatorios de otros países, necesitamos que más gobiernos sigan el ejemplo de la Argentina. El coronavirus es una oportunidad de remover las restricciones a la entrada de biotecnología”, consideró.